domingo, 12 de octubre de 2014

Bienvenida al Puente de la Sierra



BIENVENIDA  AL PUENTE DE LA SIERRA
Por Antero Jiménez Antonio
                                                                                                                            
Al caer de Jaén sobre el valle, casas blancas se salpican de sombras verdes y se escurren en cascada hacia el río Eliche, o al Quiebrajano; el paisaje se sosiega de montañas empinadas en múltiples azules reflejos. El sol se cuela despacio, con sus lanzas de oro sobre las sombras del valle, y pinta de amarillo el blanco, mientras el verde se tiñe del rojo de un crepúsculo incierto, porque, si arriba en la montaña el sol es rotundo, como suculenta y gigantesca naranja, en el valle se desdibuja entre todos los contornos de un sin fin de tonalidades.
Ésta es mi primera visión del Puente de la Sierra cuando la carretera, que me lleva desde Jaén, se descuelga en la última pendiente que avista el valle. Veo una sucesión de colores, desde el azul  claro y grisáceo de                  la Pandera y Puerto Alto, que como dos grandes moles se levantan intrépidas, al verde claro que envuelve los apartamentos llamados la Trucha; entre ambos, el marrón de la tierra salpicada de olivos con hojitas de plata, y, ocupando el centro del valle, ese océano esmeralda con motitas de casas blancas
Ahora cuando voy siendo mayor  y sentado en cualquier rincón del Puente de la Sierra siento lo mismo que el protagonista de mi novela "El Jardín de las Ardillas":
 "Hoy, después de muchos años, he regresado al valle donde transcurrió mi niñez. He recorrido sus veredas y me he sentado junto a la vieja higuera. Desde allí, como antaño, he contemplado el río que se pierde entre los agujeros de las sombras de los árboles. He vuelto a ver nacer la mañana entre las jaras del monte y he dejado que su luz blanca pinte en mi cara la máscara de la vejez. Me he dormido con el canto de los gorriones y he despertado con el zumbido de las cansinas moscas de la siesta, danzando su vuelo al compás de la música de las chicharras.

De nuevo, he vuelto a sentir la magia del campo despertando a mis instintos perdidos en mis largas estancias en las ciudades del mundo. Mis recuerdos se han activado. Me he visto correr por el valle junto a mi querida Elena, bañándonos en el polvo de los caminos e imaginándonos castillos de gigantes. He visto a mi padre acariciar a sus perros hablándome dulcemente de los problemas de la vida, contándome cuentos de animales y de estrellas y de jardines fantásticos. He sentido a mi madre curándome el alma... y han pasado por mis cansados ojos las imágenes de don Andrés, don Tomás y doña Aurora... Me ciegan las lágrimas...
La vuelta al valle me ha hecho sentir la nostalgia de mi juventud. Me siento sólo en este inmenso jardín..."

Naciendo el día, presiento
que el valle  queda  en el alma
y trae, aunque busco la calma,
noche de mi pensamiento.
Pero luego, en esa misma paz que yo siento, sueño... sueño con cuentos de hadas porque, ver el futuro de mi valle con optimismo, es soñar, es no querer ver lo evidente: cómo se deteriora nuestro paisaje, el entorno de nuestro valle... y, con ese optimismo ciego, veo a mis hijos, ya mayores, soñar mi mismo sueño, sentir mis mismos escalofríos, contemplar mi mismo paisaje... pero... ¿cuál es el futuro?...:
Hoy tañen de luto las campanas
en el valle de mis sueños.
No canta el jilguero,
ni suena el arado,
ni se oyen las voces de niños;
el valle ha callado.
Se ha parado en seco la tormenta
en el valle de mis sueños.
No suenan chicharras,
ni se oye al ganado,
ni  juegan  al corro las niñas;
el valle ha callado.

Cuidemos, pues, nuestro barrio para que siempre, siempre, suene en él las voces de los niños y el canto de los pájaros.