BIENVENIDA AL PUENTE DE LA SIERRA
Por Antero
Jiménez Antonio
Al caer de
Jaén sobre el valle, casas blancas se salpican de sombras verdes y se escurren
en cascada hacia el río Eliche, o al Quiebrajano; el paisaje se sosiega de
montañas empinadas en múltiples azules reflejos. El sol se cuela despacio, con
sus lanzas de oro sobre las sombras del valle, y pinta de amarillo el blanco,
mientras el verde se tiñe del rojo de un crepúsculo incierto, porque, si arriba
en la montaña el sol es rotundo, como suculenta y gigantesca naranja, en el
valle se desdibuja entre todos los contornos de un sin fin de tonalidades.
Ésta es mi
primera visión del Puente de la Sierra cuando la carretera, que me lleva desde
Jaén, se descuelga en la última pendiente que avista el valle. Veo una sucesión
de colores, desde el azul claro y grisáceo
de
la Pandera y Puerto Alto, que como dos grandes
moles se levantan intrépidas, al verde claro que envuelve los apartamentos
llamados la Trucha; entre ambos, el marrón de la tierra salpicada de olivos con
hojitas de plata, y, ocupando el centro del valle, ese océano esmeralda con
motitas de casas blancas
Ahora
cuando voy siendo mayor y sentado en cualquier rincón del Puente de la
Sierra siento lo mismo que el protagonista de mi novela "El Jardín de las
Ardillas":
"Hoy, después de muchos años, he
regresado al valle donde transcurrió mi niñez. He recorrido sus veredas y me he
sentado junto a la vieja higuera. Desde allí, como antaño, he contemplado el
río que se pierde entre los agujeros de las sombras de los árboles. He vuelto a
ver nacer la mañana entre las jaras del monte y he dejado que su luz blanca
pinte en mi cara la máscara de la vejez. Me he dormido con el canto de los
gorriones y he despertado con el zumbido de las cansinas moscas de la siesta, danzando
su vuelo al compás de la música de las chicharras.
De nuevo,
he vuelto a sentir la magia del campo despertando a mis instintos perdidos en
mis largas estancias en las ciudades del mundo. Mis recuerdos se han activado.
Me he visto correr por el valle junto a mi querida Elena, bañándonos en el
polvo de los caminos e imaginándonos castillos de gigantes. He visto a mi padre
acariciar a sus perros hablándome dulcemente de los problemas de la vida,
contándome cuentos de animales y de estrellas y de jardines fantásticos. He
sentido a mi madre curándome el alma... y han pasado por mis cansados ojos las
imágenes de don Andrés, don Tomás y doña Aurora... Me ciegan las lágrimas...
La vuelta
al valle me ha hecho sentir la nostalgia de mi juventud. Me siento sólo en este
inmenso jardín..."
Naciendo el día, presiento
que el valle queda en el alma
y trae, aunque busco la calma,
noche de mi pensamiento.
Pero
luego, en esa misma paz que yo siento, sueño... sueño con cuentos de hadas
porque, ver el futuro de mi valle con optimismo, es soñar, es no querer ver lo
evidente: cómo se deteriora nuestro paisaje, el entorno de nuestro valle... y,
con ese optimismo ciego, veo a mis hijos, ya mayores, soñar mi mismo sueño,
sentir mis mismos escalofríos, contemplar mi mismo paisaje... pero... ¿cuál es
el futuro?...:
Hoy tañen de luto las campanas
en el valle de mis sueños.
No canta el jilguero,
ni suena el arado,
ni se oyen las voces de niños;
el valle ha callado.
Se ha parado en seco la tormenta
en el valle de mis sueños.
No suenan chicharras,
ni se oye al ganado,
ni juegan al corro las niñas;
el valle ha callado.
Cuidemos,
pues, nuestro barrio para que siempre, siempre, suene en él las voces de los
niños y el canto de los pájaros.
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